En la clase del Seminario Evangélico de Puerto Rico, Teología e Historia II, a un grupo le tocaba presentar sobre la reforma protestante. Parte de la presentación fue dada por la autora invitada, Lorna Ortiz Galarza. Ella declamó esta narrativa poética con una majestuosidad, temple y cadencia que no me quedó de otra que preguntarle si me permitía publicarla en este Blog.
Lorna Ortiz Galarza, nació el 26 de diciembre del 1972, en la ciudad de Arroyo, Puerto Rico. Es madre de cuatro hijos. Posee un grado Asociado en Secretarial Ejecutivo. Un Bachillerato en Trabajo Social con una certificación en educación en la Universidad del Este. Actualmente cursa una maestría en Divinidad en el Seminario Evangélico de Puerto Rico y es presidenta del comité de Educación Cristiana, secretaria de la Fraternidad de Pastores y pastora de la Iglesia Evangélica Unida de Puerto Rico.
La desigualdad es cual nube densa, que a muchos le oscurece su objetividad. Cierto, que al escuchar lo narrado por aquellos primeros escritores sobre la Reforma, su pluma solo se dirige en su mayoría, hacia Martín Lutero, Juan Calvino y de algunos otros renombrados. Mas, Lutero fue como se dice solo el resultado de generaciones anteriores que con gran valentía y apoyo de todos y todas las que compartían su deseo de reformar a una Iglesia hacia Dios y en beneficio el Pueblo, logró esa gran hazaña de la Reforma.
Sin embargo, aunque quisieran en un principio silenciar e invisibilidad la figura activa de la mujer, no pudieron, pues todo sale a la luz. Les cuento, aquellas, fueron mujeres de gran influencia, y se escuchaba la voz profética, pero no de un hombre, sino de la discípula de Cristo, Argula von Stauff, que se levantaba con gran vehemencia, denunciando la explotación económica y la inmoralidad que practicaban el clero católico, leal a los papas. También, Argula, constantemente le insistía a Lutero a que contrajera nupcias, pues con ello, le daría testimonio de la verdad a todos y todas los de aquel tiempo. Transformó con su consejo aquel pensamiento nefasto y deprimente de Lutero, de que era un hombre que llevaba con él la muerte y no sabría cuándo o tan cerca sucedería. Su consejo trascendió profundo en Lutero, y éste se casó con la maravillosa Catarina von Bora.
Que les digo de aquella mujer valiente que aceptó a Lutero como esposo. Catarina von Bora, nació en Sajonia en 1499, hermosa, de una familia de la nobleza empobrecida. Que con tan solo seis (6) años un convento fue su hogar. Sin opciones se convirtió en monja. Mas vi su gran hazaña de escape del convento, lo que tiempo después fue la gran admirada esposa de Martín Lutero. Su fe inquebrantable, no flaqueo, aunque con desprecio coartaron el testamento de Lutero, lo cual les cuento que no fue fácil, puesto que debió luchar toda su vida no solo por su fe, sino, por mantener sus hijos y su hogar. La veía huyendo constantemente le destruyeron su vivienda y en una de esas huidas, lo trágico sucedió, un accidente, la vida le arrebató el 20 de diciembre de 1552.[1] Catarina era invaluable para su esposo, tanto así que Lutero una vez escribió “no cambiaría mi Katie ni por Francia ni por Venecia.” Sin embargo, más que alago, es un sabor agridulce, me parece, pues me parecía escucharla, muy adentro decir: “¡Pero, si soy invaluable! Porque debo lavarme y recitar el Padre Nuestro antes de hablar del Evangelio, lo que Lutero y los otros hombres no hacen”, me preguntó, ¿Por qué han hecho semejante discrimen?, pues sin ella era imposible ver a Lutero.
Continuar debo, sin detener mi admiración por aquellas mujeres sabias y virtuosas, que con un solo versículo bíblico como norte: “id por todo el mundo y predicad el evangelio.” Movió la mente y corazón de Úrsula Munstenberg, (1491-1534) aunque quisieron, no pudieron con todas las fuerzas del cosmos encerarla. Pues con gran astucia filtraba libros de Lutero de contrabando en el convento, hasta que pudo sigilosamente escapar en el 1529.
Aquel periodo donde el protestantismo emergía, había gran revuelo, sin embargo, los himnos siempre fueron de consuelo. Permítanme y les cuento, aunque dejarla en el olvido hayan querido y adjudicarle su inspirador himno a Andrew Knoepken, aquel himno, “el hijo único del Cielo”, nació de la inspiración de un corazón de mujer y plasmado fue por la pluma sabia de Elisabeth Cruciger (1500-1535). Otra que no quedo desapercibida fue Elisabeth de Brunswick (1510-1558) con determinación inconmovible, promulgó como religión oficial de su ducado el luteranismo.
Catherine Schütz Zell (1497-1562) fue una mujer audaz, predicadora e inspirada escritora de himnos y con una arrojada intrepidez. A la muerte de su esposo Mathias Zell, en 1548, y Catarina hizo algo inaudito en el funeral de su marido, dando un extenso discurso. Con las palabras “No dejes de cantar” confesando y proclamando su fe abiertamente, ella levantó un gran revuelo cuando, poco antes de su muerte en 1562 Catarina, ejecutó el papel de sacerdote, o podríamos decir sacerdotisa, en el funeral de una amiga de apellido Schwenkfeldian, pues los sacerdotes querían la humillación de que en su lapida dijera: “mujer hereje”, jamás podría Catarina permitir tal absurdo contra su amiga.
María de Casala (1487) la recuerdo, sí, la recuerdo, ¡cuán torturada fue! porque su palabra y enseñanza inspiraba tanto a las amas de casa, como a profesores de universidad, aquellas torturas las sufrió con valentía, tal injusticia para ella valió la pena.
Por otro lado, vi a Marie Dentiere (Bélgica 1495-1561) con un valor firme defendía el valor de la mujer en la Reforma. Pero, como olvidar a Susanna Annesley, ella decía lo que no se podía para aquel tiempo, jugándose la vida, pues sin miedo alguno, afirmaba que un marido “no tiene poder sobre la conciencia de su esposa” y que “Ni la reputación ni las amistades, ni cualquier cosa tiene mayor valor, en comparación con la singular satisfacción de conservar una conciencia libre de ofensas contra Dios y el ser humano”. Fue quien instruyó e inspiró a su hijo John Wesley, el futuro líder del movimiento evangélico en Inglaterra, nació en 1703. Recuerdo aquella carta que le escribiera en el 1709, a su hijo Samuel Wesley Jr., Susana mencionaba un manual de teología que estaba escribiendo en el que le describe sus razones para creer en Dios, sus motivos para abrazar la verdad de Jesucristo y, su versión de por qué había dejado a los disidentes puritanos de la Iglesia de Inglaterra. Fue verdaderamente trágico y Desafortunado, que ardieran estos textos en aquel fuego de la rectoría de Epworth. Sin embargo, lo que bien se hace, no se olvida y quedan testimonios vividos de cómo Susana componía letras llenas de sabiduría a sus hijos. Todavía se conservan setenta y tres de estas cartas y dan testimonio de su mente brillante y su visión como consejera. Además, escribió tres obras teológicas para ayudar a sus hijos en la catequesis: una exposición del Credo 82 | Teologías de la Reforma Protestante de los Apóstoles, un comentario sobre el Decálogo y, un pequeño diálogo sobre la revelación natural. Por lo menos copias de estos textos han sobrevivido. Ella es la Madre del Metodismo”.[2]
Lo vi de primera mano, lo registré para la posteridad, pero no puedo dejar de marcar que La Reforma protestante, no le interesó, ni facilito la reivindicación de subordinación que tenía la mujer, solo la delimitó al marco doméstico sin permitírsele entrar en el liderato eclesiástico en el reconocimiento de sus ministerios o la ordenación a los mismos. Cuanto quisiera continuar hablando de todas esas mujeres valientes, arrojadas, sabias, virtuosas y pensadoras llenas de inspiración, madres extraordinarias, excelentes maestras del bien. Concluyo con un poema de una de ellas
Poema de Sor Inés de la Cruz:
Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
Éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
Es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
Es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Hoy les narré lo que muchos quisieron esconder, y no se trata como diría Carmen Rodríguez, “intercambiar pronombres, sino de concebir una manera distinta de trascendencia: que pasamos del Dios-sobre-nosotros al Dios-dentro-de-nosotros”.[3] Vidas que fueron tratadas de silenciar, mas no pudieron, pues sus acciones hablaron mucho más fuerte que todo el poder que quiso callarlas. Mas, algunos dentro de mí indagaron y con valor expusieron las vidas que cambiaron pensamientos, personas, familias y comunidades. Mujeres virtuosas les he presentado, teólogas inigualables, en su valor, testimonio y que sus palabras sean espejos, miren dentro de ellas a través de mí, y encontrarán gran tesoro para proclamar este evangelio de paz que da vida y restaura al ser humano. ¿Quién soy? Imagino se preguntarán, ¿Quién soy? que engañarme no pueden y silenciarme mucho menos, pues siempre habrá quien indague profundo dentro de mí y revele la verdad. ¿Quién soy? soy la testigo de todos los sucesos del mundo, yo soy quien experimentó de primera mano los acontecimientos, ¿quién soy? Soy de quien muchos escriben contando verdades y mentiras, mas engañrme no podrán pues todo sale a la luz. ¿Quién soy?
Yo soy la historia.
[1] —SÍNODO DE MISURI, “Https://Lutheranreformation.Org/,” LA IGLESIA LUTERANA.
[2] Dan González Ortega, Teologías de La Reforma Protestante de Los Siglos XVI y XVII (Mexico: Casa Unida de Publicaciones S.A., 2014).
[3] Carmen M. Rodríguez, José D., Rodríguez, Martín Lutero Descalzo. Meditaciones Sobre La Identidad Luterana Desde El Contexto Latinoamericano. (Santo Domingo: Centenario, 2010), 128.
Bibliografía
González Ortega, Dan. Teologías de La Reforma Protestante de Los Siglos XVI y XVII. Mexico: Casa Unida de Publicaciones S.A., 2014.
MISURI, —SÍNODO DE. “Https://Lutheranreformation.Org/.” LA IGLESIA LUTERANA.
Rodríguez, José D., Rodríguez, Carmen M. Martín. Lutero Descalzo. Meditaciones Sobre La Identidad Luterana Desde El Contexto Latinoamericano. Santo Domingo: Centenario, 2010.
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